Los seres que nacían en los charcos




Era una inmensa lluvia la que tenía dentro del pecho esa mañana.
Una lluvia de colores áridos pero de voz cálida, y él estaba cansado de dejar que su interior se agite sin poner si quiera un paraguas para que no le duela tanto.
Preparó un café con mucha azúcar, se puso un impermeable rojo y corrió a la plaza más cercana. Mientras llegaba, los zapatos se le llenaban de agua, y pensaba en todas las veces que había huido de la misma manera, en todas las veces que había estado así de triste y su único consuelo había sido esperar que deje de llover. Él no sabía nada de sí mismo. Apenas le importaba estar bien. Prefería dejar que todas las emociones entren en él y lo transformen en tormentas tropicales. 
Perdido en todas estas ideas, tropezó y cayó, llenándose de barro. Pensó que quizá un ser nacido de los charcos debía ser algo parecido a sí mismo en ese momento. Que debían haber muchos, perdidos y solos. Que quizá solamente debía encontrarlos, y por eso siempre huía, él pensaba que huía, sí, pero en realidad estaba llegando a ellos, y que cada vez estaban más cerca, lo sentía. Ya sentía que lo abrazaban y podría decirles que valió la pena nacer en este mundo, a pesar del frío.

Insomnio

Si hubiese gritado más fuerte,  o hubiese emitido un silencio diferente. Si hubieran conectado nuestras almas aunque sea una vez,  habría volado hasta vos y no te hubiese dejado morir...
Borraria los nombres de desconocidos que escribías en la ventana y, apagaria las velas que en medio de la noche te llevaban tan lejos.
Si tuviera una máquina del tiempo, ¿te traería de vuelta? ¿borraria la culpa? Conectaríamos, aunque miraras siempre al norte y el sur y el rojo y yo no me animaba ni a mirarte los ojos. Tocaría el fuego y las rocas, y el agua salada me quemaria las heridas, para traerte.

Era la noche
corría
y con qué fuerza me azotaban las 
pálidas estrellas
pobres
iban mutando mis formas y el color
me cambiaba incesante
del rojo al azul
vi a lo lejos un hombre
cabizbajo
que mientras lloraba se iba haciendo
humo
o solo fumaba
y qué solo estaba
mientras corría
y las estrellas me azotaban
era invierno
el hombre era yo
y vos te habías ido.

Autorretrato

Tengo 20 años
manos hechas de lapiceras
mucho que leer
los pies que calzo 
descalzos
ojos que abrazan el árbol
que soplan la luna
(aprovechando esto de la luna)
soy un astronauta bombero
un contador de palabras
nada



Cielo invisible, nunca te vi

     “El mundo encierra la verdad de la vida,
  Aunque la sangre mienta melancólicamente
     Cuando como mar sereno en la tarde
Siente arriba el batir de las águilas libres.”
(Las águilas, Vicente Alexaindre)


Valerianas llevo en mi pico, boca maldita. Dando vida a tus lágrimas.  
A tus ojos:  fulgura de la noche: 
Heracles ya viene, detén los sollozos. 
He visto el futuro, lo juro. 
Llevarás como anillo el recuerdo de esta roca encadenante; 
y una flecha, que no intentaré evitar silenciará mis latidos.
Bajo el cielo invisible, las caricias del aire. Muerto de miedo, de hambre…
No perforo tu vientre, y cuido, con mis alas tu cuerpo.

El retrato





Luna despierta a las 4.a7.m8.  y contempla un retrato antiguo que compró en una subasta. Le interesan mucho las costumbres humanas, a veces sueña que es parte de esa fotografía, donde una mujer de cabello aperlado sonríe sin dientes a la par con un hombre de aspecto similar al de ella. En la mitad de la escena un joven hermoso como el Mitat, que es el cielo del mundo en que existe Luna, los rodea con sus brazos.  Sólo basta con que ella encienda su Küüs para <presenciar> ese momento, y ver al fotógrafo decir “cuando estén listos”, a la mujer de cabello aperlado arreglar la corbata del joven hermoso y al hombre de aspecto similar al de la mujer, que los mira con una ternura infinita y los ojos llenos de lilis, que son unos bichitos que brillan como las luciérnagas. 
Luna se siente parte del instante y ríe con todas sus fùoù, que son como bocas y hacen un sonido similar a las carcajadas pero en una frecuencia más fina.
Y ella sabe que los ama, que se quiere casar con el joven hermoso antes de que se enamore de la humana que conoce años después tras la muerte de la mujer de cabello aperlado y el hombre de aspecto similar.
Entonces Luna sólo puede viajar al pasado a través de los sueños, donde abraza al joven hermoso y se casa con él según las costumbres terrícolas. Viven con la mujer de cabello aperlado y el hombre de aspecto similar, a los que protege de la enfermedad que apaga los ojos para siempre.
Y los llena de alegría.
Y Luna desconecta su Küüs y se reúne con los de su especie todos los Lirez (similares a los días). 



Esperé

Esperé,
no lloré aún cuando lo deseaba
y no sé
si producto del cansancio 
o qué
pero una voz
una voz azul
apagó esta triste máquina.

Dedicado a mi Infierno

Cuando me fui apenas comenzaba la primavera.
Lucías más feliz que nunca. Cuando llegabas, cuando volvías a irte. Había poco tiempo para nosotros. No importaba. Solías gritarme, ¿qué más daba?
Recuerdo nuestra última noche. No me hablabas... ¿Cuándo nos volvimos tan lejanos?
Me llamaste <envidioso> de tu dicha. Me echaste y te retractaste. ¿Qué importaba si llorabas en ese momento que me iba? Dolías tanto...
Sonreí algunas veces mientras estuve lejos. Aprendí a estar solo, a dejar de protegerme los miércoles. No cerré las manos como me enseñaste... Quise tener lejos tu amor, que ya no era mío. Era de Josefina. Porque era linda y te hacía el amor...
Y yo no valgo nada.
Lo único hermoso en mi eras vos.





Lo que siente Joaquín


Las paredes de la habitación de Joaquín son naranja, su color favorito y tiene una moquete muy suave, como los abrazos que das.
El techo es como el cielo en verano,  igual al día en que te conoció.
Y colgada, en una esquina, está la cometa que le diste.
Parece que gran parte de su vida gira en torno a vos, a tus manos de árbol y tu sonrisa de pájaro.
A tu capacidad de crear mundos, tu estatura diminuta y tu acelerado palpitar. A tu manera única de sostener el lápiz al escribir secretos, canciones dormidas y dibujar flores en el muro que imagina tener.
Pasó mucho tiempo antes de que ustedes se conocieran, si bien, él sabía de tu existencia, no creyó que supieras de la suya. Y la felicidad, en la noche que llegaste a jugar, fue mayor a la timidez que él sintió toda su vida.
Su palabra favorita es “eternidad” a las doce de la noche, cuando llegas.



Puede qué, apesar de la lluvia, de estar lleno de barro hasta los huesos, de mirar ya indiferentemente el cielo, algún día te cruce por casualidad...


Ami

11/3/13 - 13/12/13

Ahora sos chiquita otra vez; o un gigante... o lo que quieras ser...

Gracias por haber sido mi amiga todo este tiempo. Perdón si no supe cuidarte bien siempre...
Gracias por haber jugado conmigo y haberme acompañado. Gracias por contribuír a mis cambios...
Te amo para siempre...



De sueños.


Primer sueño:
Llueve solamente sobre el basural de la esquina y las nubes no piden perdón a los pastizales secos.
Siesta a la sombra de una columna:
Cuando los ratones llegan al cielo, San Pedro los recibe con una bandeja de nueces.
Madrugada insomne:
Junto uno a uno los cabellos en la alfombra, que los invitados dejaron en los últimos ocho años.

Segundo sueño:
Llueve hace días, sin embargo el vaso que dejé afuera aún está seco.
Siesta a la sombra de un camión:
Los ángeles de bigote que protegen el queso celestial, en guerra con los ratones.
Madrugada insomne:
Setecientos cincuenta y cinco cabellos.

Tercer sueño:
La tormenta quemó el televisor del vecino, ¡Ay! Qué tragedia.
Siesta a la sombra de un maniquí:
El infierno se plagó de ratones y el diablo está colgado de una lámpara de lava.
Madrugada insomne:
Dos mil ochenta cabellos y aún no consigo dormir.



Allí
De donde vengo
Se está solo
Quizá
Por eso
Quizá
Por eso
No quiera regresar

Hielo


Mi primera flor nació junto con tu llegada. Siempre hace frío. Los días tibios ya no los recuerdo. Tu sonrisa de hielo es lo primero que llega a mi mente cuando despierto y estoy solo, tan solo que me duelen los huesos... huesos. La blancura de tu piel parecía irreal la primera vez que te vi desnuda. Estabas helada. Tumbada en el suelo como un muerto. Yo estaba dando un paseo cuando caí sobre vos. En aquella fría calle, tan oscura como las pesadillas de siempre. Te tomé en mis brazos y eras tan liviana como un niño; te veías tan frágil como el papel en el que escribo. Te llevé a mi casa, vestí y acosté en mi cama. Tu rostro, que por primera vez veía era como nieve bañada en vino.
No despertaste por varios días y en ese tiempo me dispuse a curarte y cantarte.
Habría deseado que jamás despertaras de ese sueño. Aquí no hay nada que te pueda hacer feliz; el cielo y el suelo se quiebran y la lluvia se te mete hasta lo más profundo del alma.
Despiertas. No tienes recuerdos, como yo no los tenía antes de conocerte así que me abrazas y juramos protegernos uno al otro con nuestros puños cortados. Con las sonrisas que aún conservamos.
Bebimos café cada noche. Nos embriagamos de deseos y luna. Gritamos tantas veces en la noche como pudimos porque todo lo que aparece cuando cerramos los ojos son lágrimas.
Maldijimos todo: el árbol sin hojas de nuestro patio, la gente sin rostro que danza desesperada y la esperanza que nos abandona.

Te fuiste una mañana. No me despertaste para avisarme. Dejaste una nota áspera

“No puedo curarme la soledad.” y ya no bebí más café, solamente lloré.
Ya no puedo crear rosas.