Hielo


Mi primera flor nació junto con tu llegada. Siempre hace frío. Los días tibios ya no los recuerdo. Tu sonrisa de hielo es lo primero que llega a mi mente cuando despierto y estoy solo, tan solo que me duelen los huesos... huesos. La blancura de tu piel parecía irreal la primera vez que te vi desnuda. Estabas helada. Tumbada en el suelo como un muerto. Yo estaba dando un paseo cuando caí sobre vos. En aquella fría calle, tan oscura como las pesadillas de siempre. Te tomé en mis brazos y eras tan liviana como un niño; te veías tan frágil como el papel en el que escribo. Te llevé a mi casa, vestí y acosté en mi cama. Tu rostro, que por primera vez veía era como nieve bañada en vino.
No despertaste por varios días y en ese tiempo me dispuse a curarte y cantarte.
Habría deseado que jamás despertaras de ese sueño. Aquí no hay nada que te pueda hacer feliz; el cielo y el suelo se quiebran y la lluvia se te mete hasta lo más profundo del alma.
Despiertas. No tienes recuerdos, como yo no los tenía antes de conocerte así que me abrazas y juramos protegernos uno al otro con nuestros puños cortados. Con las sonrisas que aún conservamos.
Bebimos café cada noche. Nos embriagamos de deseos y luna. Gritamos tantas veces en la noche como pudimos porque todo lo que aparece cuando cerramos los ojos son lágrimas.
Maldijimos todo: el árbol sin hojas de nuestro patio, la gente sin rostro que danza desesperada y la esperanza que nos abandona.

Te fuiste una mañana. No me despertaste para avisarme. Dejaste una nota áspera

“No puedo curarme la soledad.” y ya no bebí más café, solamente lloré.
Ya no puedo crear rosas.




1 comentario:

  1. Historias tristes que ocurren más seguido de lo que pensamos, quizá. "No puedo curarme la soledad", sublime.

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