Dicen que lloré mucho, que aunque apenas tenía diez
minutos de vida, sabía perfectamente lo que estaba aconteciendo y tenía miedo.
El agua nos empapaba hasta los huesos mientras ella
corría sonriendo hasta que llegamos a su casa. Una pequeña residencia donde
reinaba el silencio y el calor.
Ella encendió unas velas de color naranja y apagó
las luces. Me vistió abrigos polares, me amamantó y yo bebí. Cuando me quedé
dormido me dejó en una cuna pequeña y se arrodilló frente a mí y pidió perdón.
Dejó una carta, que recibí a los 7 años pero aprendí
a leer recién a los 13. Ésta decía:
“Pequeño:
El día que el día que llegaste al mundo sí llovía
mucho, pero era verano así que pocos se lamentaban. Tu mamá no gemía dolor, ni
desesperanza. Eran gritos de victoria porque a su lado una mano masculina la
sujetaba y la alentaba. Ellos, tus papás se amaban , pero su amor no estaba
permitido, porque nacieron bajo condiciones sociales muy diferentes. Así que al
último momento, cuando vos naciste, cuando ellos pensaban que ganaban llegó un
hombre alto, anciano y de mirada severa. Llamó a unos hombres que agarraron a
tu padre y que te tomó en sus brazos sin compasión alguna por su hija. Llorabas
mucho, parecía como si lo supieras todo. Él te entregó a una mujer que llevaba
puesta una máscara fría y del color del acero. También recibió un saco con dinero y se alejó corriendo. Esa mujer
soy yo, por eso no me quedé a cuidarte. Porque sabía que a medida que vos
crecieras también lo haría un rencor inconsciente.”
Yo sólo sé que me crió mi abuelo y para mi, toda esa
historia es un cuento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario